Paradojas de la crisis
Tal vez sea por la premura, por la falta de experiencia, lo cierto es que las medidas que toman las autoridades responsables de la gestión de esta inédita crisis generan situaciones sorprendentes, hasta el punto de convertirse en auténticas paradojas.
Hace sólo unos meses Madrid era el centro neurálgico de la lucha contra el cambio climático, el país entero estaba pendiente de los movimientos de una chiquilla para llegar a tiempo a la Cumbre. El relato de sus aventuras cruzando el océano atlántico para luego subirse a un tren que la llevara a la capital superaban a las del gran Albert Uderzo, fallecido recientemente.
¿Quien les iba a decir a los gobiernos participantes y a la propia Greta que sería el Covid-19 el que conseguiría rebajar en mas de un 50’% la contaminación atmosférica?
Vamos ya a por el tercer confinamiento y aún no he conseguido comprender por qué en un país donde se estaba anunciando el fin del coche diesel y el advenimiento del eléctrico y sin conductor, donde las ciudades pasaban a ser smart cities, donde la era 5G cambiaría radicalmente nuestras vidas, no existe la capacidad de fabricar mascarillas para toda la población. ¿Es necesaria tecnología de alta precisión para confeccionar mascarillas? Un articulo que tiene sus orígenes en el siglo XVII, cuando la peste negra arrasó Europa...
Una de las primeras restricciones fue la de suspender todas las procesiones de Semana Santa, así como las celebraciones religiosas y misas. Sin embargo en Barcelona el Imán del Vendrell llamó a la oración de Ramadán y medio centenar de fieles salieron a la calle a escuchar la oración ante la mirada complaciente de la policía local. Llama la atención que en un país fundamentalmente católico sea el Islam la religión que pueda saltarse el confinamiento sin que la policía actúe, al tiempo que las familias no pueden velar a sus muertos ni acompañarles en familia a los cementerios.
Pero sin duda que las paradojas más llamativas son las que brotan a diario desde el terreno político.
Si alguien hace dos meses nos hubiese dicho que el presidente de la Generalitat, si, el que fue inhabilitado (ya todo el mundo se ha olvidado de esto), pediría la ayuda de las fuerzas armadas españolas para desinfectar, nos había entrado la risa.
Parece que ya nada nos sorprende. ¿No es acaso sorprendente que el Gobierno, configurado con una mayoría donde los partidos independentistas han sido la llave maestra, niegue el derecho a las CCAA a tomar medidas y reclame todas las competencias para el Estado?
El Gobierno insiste en que España es el país que ha impuesto medidas más estrictas para detener la pandemia y sin embargo está a la cabeza en número de muertos por millón de habitantes, junto con Bélgica. Se ha repetido hasta la saciedad que tenemos uno de los mejores sistemas de salud del mundo y seguro que es verdad, pero ¿cómo y -sobre todo- quién explica por qué somos el país europeo con más muertos y con más sanitarios contagiados?
Todo apunta a que la devastación económica que ya empieza a notarse será profunda y probablemente mas larga de lo que se calculaba al principio. Desde ya preocupa que el sector turístico, hasta hace poco uno de los motores del tren económico (12% del PIB y 13% del empleo según INE 2019) se sitúe a la cola de la fase de desescalada.
Como preocupa que desde el inicio de esta crisis el Gobierno español haya llegado casi siempre tarde, mal y arrastras a dar una respuesta que muchas veces en su concreción se ha llevado por delante la supuesta bondad de anuncios y declaraciones.
Cada medida implantada debe ser sopesada y analizada con precisión y con consenso, máxime en un país social y políticamente tan complejo como el nuestro. Lo contrario será entrar en una espiral -o ya no salir de ella- donde muchos de los remedios sean peores que la enfermedad.
Carla Reyes Uschinsky, periodista.